ESA LUZ

Ya no es joven el hombre que ahora mira hacia aquí, hacia las palmeras dormidas de la rotonda, hacia los carteles donde están anunciadas las películas de los cines hoy reunidos en la última planta del centro comercial, hacia las farolas del alumbrado público, ambarina la luz que ilumina cuanto ve, lo que la noche no puede ocultarle.

Sentado ante la pantalla del ordenador, la pantalla ante la ventana —palabras electrónicas en la pantalla y un nocturno de las cuatro de la madrugada más allá de los cristales—, mira hacia aquí en busca de algún noctámbulo o cómplice. Pero a nadie ve. Nadie por las calles y ningún coche en movimiento por la calzada.

Cuentan de este hombre que no madrugó al nacer. Sobre el mediodía nació, no antes. En cambio, pronto enfermó, pronto fue alcanzado por el rayo de esa maldición creativa —más o menos afortunada— a la que algunas personas llaman don o pasión o afán.

Tal vez enfermó por leer y leer, no sería el primer caso, ¡vive Dios que no lo sería!

Enfermo de gravedad, comenzó a prestar atención a cuanto la vida le contaba, a ese visible susurro tan cercano al oído ocular de su curiosidad y asombro, donde aún habita su ira, su piedad, aquel amor y otros, tanto aún que enseguida nada será, tal vez mañana mismo se consume su ineludible derrota pero otro su temor, precedente su miedo: ¿Sufriré mucho?

Entonces, como hoy, la vida tentadora:

«A tu tío Manuel lo mataron dos veces, la primera con una bala de plomo y la segunda con una bala de ira y rencor y puertas cerradas. ¿Quieres que te lo cuente?».

«¿Quieres que te cuente lo que le sucedió a un soñador que vivía en una aldea minera donde la hulla y la supervivencia apenas permitían soñar?».

«¿Te he contado ya que el joven Mauro está enamorado de Laura, condicionados por el pasado el presente y el futuro de esa chica tan frágil como el rocío, de esa muchacha que canta una nana mientras algo parece contemplar en el horizonte?».

«¿Deseas que un enigmático narrador de historias fantásticas te hable de la hermosa Bel, del apuesto Pol y de la no menos agraciada Rosalinda desde un tiempo sin tiempos cronológicos y desde una geografía sin geografías cartografiadas?».

Tras escuchar y escuchar, todo lo fue contando él a su modo, con un aparente desorden descomunal, como si deseara que nadie lo escuchase a él.

Enfermo incurable, aún lo cuenta hoy así, con semejante desorden. Y desde la noche ciudadana lo cuenta, visible desde aquí la luz proveniente de esa ventana por la que a veces mira él; ordenada, disciplinada, la noche, él no, qué va: él es muy raro.

Según su padre muerto: «Mi hijo mata mucho, pero mata bien».

Según su madre viva: «¡Mata menos por bien que mates, y deja en paz a los políticos, no sea que…!».

Según él: «Bah, el peligroso era Franco, estos de ahora no fusilan al amanecer. Desgobiernan lo que pueden, eso sí, pero…».

«¡Fíate, fíate y acabarás antes de tiempo donde está tu padre!».

«Y qué. Por cuatro telediarios y medio que pueda perderme… Además, mi padre no se queja ni protesta. Tan mal no se vivirá de finado, digo yo».

«¡Mucho aprendiste tú de Cela y de esos otros degenerados a los que también llamas tus maestros!».

«Poco, la verdad; halagos los justos, señora Oliva».

«¡Todo lo malo sí lo aprendiste!».

«Ni eso siquiera, señora Oliva, ni eso».

Ese hombre que continúa mirando hacia aquí, como si estuviera viendo lo que no puede verse salvo con los ojos de la memoria o de la imaginación, tal vez recuerde ahora, precisamente ahora, la reciente visita de su madre.

Antes del oscurecer, fue Irina quien le abrió la puerta de la vivienda a la señora Oliva. La ucraniana, descalza, tan poco arropada como de costumbre, apenas cubierta su lozana anatomía con una camiseta de la selección española de fútbol (está de moda el balompié de nuestro país y los monumentos femeninos, aunque no necesiten presumir, suelen ir a la moda), le sonrió no desde el frío ilógico que siente al acordarse de las rosaledas de Prípiat (infante ella cuando el accidente de Chernóbil, cuando la mascarilla y las pastillas de yodo y la presurosa huida en autobús hasta Kiev), sino desde su plácido presente.

—¿Dónde está? —le preguntó la señora Oliva a la rubia de ojos claros y pelo corto y piernas largas.

—En uno de sus mundos.

—Sí, se te da bien seguirle la corriente a ese chiflado.

Poco más tarde, de nuevo enemistadas Irina y la señora Oliva, la madre le preguntó al hijo: ¿Me ha insultado?

—Creo que sí, pero no sé. Si no me las arreglo con el inglés ni a tiros, el ruso o el chino mandarín voy a entender yo. A mí me sonó a chino más que a ruso lo de la políglota esta, haya sido o no haya sido insulto. Pero fíjate qué bien domina nuestra lengua cuando sí quiere ser entendida. Por algo le pagan tanto por sus clases de idiomas extranjeros en ese colegio para ricos.

Ya no mira hacia aquí el hombre, ya vuelve a teclear. Hoy escribirá hasta el amanecer, hasta que lo deslumbre esa prístina luz de la que no solo el nombre nos queda (gracias, Adso de Melk, alias Umberto Eco).

Bueno, hay enfermedades peores, ¡vive Dios que sí las hay!

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25 comentarios sobre “ESA LUZ

  1. Joder Ordiz! Parece hasta interesante el hombre, enfermo, de esa enfermedad tan contagiosa que nubla la mente, que ocupa horas y horas. No sé quien nos inocula el virus terrible de las letras, pero una vez que llega, ocupa sin tregua la cabeza, nos invade, nos rellena.
    Y mientras otros disparan diatribas absurdas sobre la política, el tiempo o la Esteban, no escuchamos mas que a la imaginación que vuela.

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      1. Yo no, qué va, yo ya estoy muy perjudicado. J. sí, eso fijo. Marta tendrá que matarlo mejor, mucho mejor. Igual lo mata mejor en tercera persona, quién sabe. Yo mato mejor, mucho mejor, en tercera persona.
        —¡Mata menos por bien que mates, y deja en paz a los políticos, no sea que…!
        La señora Oliva… Si no fuera por Irina…
        (Irina me llevará comida y bebida a la prisión de Villabona, ya está todo previsto)

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  2. Comparto contigo la enfermedad creativa. De momento, la mantengo a raya dándole lo que me pide algunas noches, descansando otras. Su aguijón es intenso, pues el cuento requiere de todos los sentidos. El resto del tiempo lo dedico a disfrutar de placeres sencillos como la conversación o un buen libro entre las manos.

    Un abrazo.

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  3. «—Mire vuestra merced que aquello que allí se parece no es enfermedad, sino salud mental y lo que en ella parece obsesión, en verdad nos mantiene sana la mente».

    Hay enfermedades que curan.

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    1. Tienes futuro, Martes, tienes futuro, hasta lo del encubierto Quijote pillaste, hay que ver lo listas que sois las mujeres, lo de la costilla de Adán es puro cuento: hasta el cuerpo del hombre está diseñado a partir del femenino, qué pintan ahí, si no, nuestras tetillas (por ejemplo). A mí me está curando esa enfermedad, vuelves a tener razón. A mí y a mi amigo Woody Allen nos están curando. Y ya estamos curando los dos a nuestros psiquiatras, que no se diga que no arrimamos el hombro.
      (Oye, hay una librería muy buena en Oviedo, la librería Cervantes, poco durarían en ella unos cuantos libros de esos. Por dar ideas y aunque no venga muy a cuento…)

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      1. Es que hay que leer también aquellos famosos espacios en blanco de los que hablábamos un día 😀 😀 😀
        Todo viene a cuento y todas las ideas son estupendas, porque me ayudan, así que gracias. Me lo miraré. El gran problema es el de siempre, son pocas unidades y el margen casi nulo y según el trato, ni me lo puedo plantear 😉

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      2. Me suena lo de «pocas unidades» y demás, sé de qué va. Y ahí están siempre los de Planeta y Cía. para que sean sus libros los que estén bien a la vista (para eso les pagan a las librerías importantes). Pero me gusta soñar que no es así. Por soñar…

        —……

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      1. Ya lo puse en el blog de una amiga: Para mí, leer es una ventana para salir de la cotidianeidad sin tener que tirarte en paracaídas o esnifar coca —es que soy perezoso—. Y hay unos pocos selectos que producen más placer que el resto. Lo que se hace con placer, se hace con atención; se atenúa la torpeza. No es ninguna virtud. —Póngase aquí el icono del dedo para arriba, que yo no sé—.

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