SILENCIOS

Hace años, hace ya tantos años que a veces me parece una mentira el recuerdo, un embuste completo ese ayer de mi juventud, escribí un relato sobre un minero atrapado en uno de los frentes del tajo por un derrabe de carbón. Yo, por entonces, tendía a narrar historias tristes, una querencia que puede enquistarse con el paso del tiempo, lo cual, según los sabios, no es necesariamente desaconsejable pese a que sobren lágrimas en este huevo giratorio acostumbrado a girar en el que vivimos y resulte evidente que es mucho más difícil, un verdadero reto literario, hacer reír que hacer llorar. Ese minero, del que alguien me había hablado, vivió para contarlo y repetir: «Qué negro era aquel silencio». Una frase poética con la que resumía una situación que nada tenía de poética.

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En la actualidad, el viento del progreso —siempre relativo— se llevó la mayor parte del carbón asturiano y, con la hulla, la silicosis y el grisú y las ojeras de tantos hombres tiznados en relevos de mañana o tarde; se llevó el pleno empleo a cambio de sueldos de miseria y otras calamidades, pero tres castilletes me hablan todavía de mis antepasados —hoy reposan en uno de los vastos jardines sin aurora de Luis Cernuda— cada vez que voy a visitar sus nichos para que mi silencio blanco y mi presencia ahuyenten al olvido del poeta sevillano. Me hablan esos castilletes de mi abuelo paterno, chamuscada la oreja por una explosión del violento metano —asiente en mi memoria: sí, también fue muy negro el silencio que padeció durante una eternidad, no exageraba el protagonista de mi relato—, y, entre otros parientes, de mi abuelo materno, tan ingenioso que interrumpía labores ajenas en jaulas y galerías y rampas con incesantes cuentos y chistes que provocaban carcajadas múltiples, tan buenas para la salud de cuerpos y almas.

Los recuerdo medio derrotados pero alegres, y aún hoy me asombra ese buen humor, sin duda proveniente de un coraje invencible; un buen humor del que vuelvo a acordarme al ver, en este presente nuestro, a personas mohínas por doquier: unas por no tener trabajo y otras por tener que trabajar.

¿Ni media hostia existencial soportamos hoy? ¿Es eso? De ser así, ¿qué nos ha ocurrido, por qué, qué ha sido del valor de nuestros ancestros? ¿Únicamente se hereda lo malo o menos bueno? ¿Nadie me contesta? ¿Nadie? Seguiré preguntando, como aún pregunta Michael Jackson en su lamento histórico, en su Canción de la Tierra.

28 comentarios sobre “SILENCIOS

  1. Quizás si es cierto que, hoy en día, somos más «floj@s» o más comodones. Asusta ver cómo serán las próximas generaciones. Espero que esa no sea nuestra herencia. Lo que sí es cierto, que al menos en España, no luchamos la gente de a pie por lo que es nuestro y eso lo pagamos cada día.

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  2. Has puesto hoy el dedo en la llaga. Estando como estamos dilucidando quienes son estos y quienes serán aquellos y quienes vendrán o se quedarán, en mi caso particular, como en el de muchos me viene a la memoria el saber que cada uno de mis abuelos luchó en donde le tocó y que pese a todo me dejaron ejemplo a seguir y nada, pero absolutamente nada que reprochar. ¿Podrán decir lo mismo las generaciones futuras? Con todo el dolor de mi corazón creo que no, pero la historia por suerte o por desgracia, sigue escribiéndose. Buena tarde.

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  3. Pues claro que se hereda todo. Pero si luego los llevamos entre algodones y les decimos que todo son derechos, la parte sufridora se atrofia.
    Antes nos dábamos de bruces con la realidad casi recién nacidos, pero ahora… pues ahora vienen curvas y quizás volvamos por necesidad a un tiempo como aquel tan jodido que, como era el nuestro, seguimos recordando con agrado.
    Por cierto, alguien dijo que para que un cuento fuese bueno tenía que ser triste.

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    1. Me has leído el pensamiento, Gonzalo. «La parte sufridora se atrofia», mejor expresado y cierto, imposible. En cuanto a la teoría de los cuentos tristes, yo prefiero los de Cortázar, que no se sabe bien si son tristes o no, tan reales en el fondo incluso los más fantásticos (el pasar a la historia no se consigue así como así, claro).

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      1. Hay cuentos de Cortázar, como El perseguidor, que pienso son definitivamente tristes. Pero estoy de acuerdo contigo en que los mejores son aquellos que resultan difíciles de clasificar.
        Otro por cierto, Monterroso publicó junto a su mujer una antología del cuento triste.

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  4. A ese respecto, compañero, me has recordado algo que mil veces he pensado y, unas cuantas veces menos, he hablado con quien ha querido escucharme. Se trata de esa nueva moda, tan superficial como estúpida, del «piensa positivamente y lograrás todo lo que desees en la vida», que, inconscientemente, nos educa en el éxito a toda costa, al más puro estilo «american way of life», y nos culpabiliza del fracaso (de existir tal cosa) por no haber deseado dicho éxito con suficiente ahínco. Sería más que interesante saber qué pensaría su señor abuelo al respecto…

    Imagino que son curiosas asociaciones mentales, el que su texto me haya evocado este pensamiento…

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  5. Hay un video de Odín Dupeiron fabuloso que nos habla de eso precisamente. A veces solo con pensar que conseguiremos el éxito en lo que deseamos no sirve. Hay que trabajar duro y a veces tampoco sirve. Lo que hay que hacer es ser lo suficiente inteligentes para aceptar que no siempre puede ser y que hay que seguir trabajando duro.
    Respecto al éxito habrá que definir qué es el éxito para cada cual. Para mi es poder dedicar tiempo a escribir y a mimar a las personas que quiero. Para otro será tener un yate….cada cual decide el camino

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      1. Anda, me equivoqué, lo de los sueños no va aquí, aquí va… ¿Lo del éxito? Pues para esto del éxito no tengo sentencia llana ni firme. Quién me mandaría a mí pedir respuestas para preguntas que no la tienen.
        —Yo no, amo.
        —Ya lo sé, ciego.
        —Ni yo, señor.
        —Lo sé, Teo, tranquilo. Hala, a dormir los dos, que ya es tarde y mañana tenemos que madrugar.
        —No tenemos que madrugar, amo.
        —Caramba, es verdad. ¡Qué éxito, Rogelio!

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